jueves, 12 de junio de 2014

El universo de las revistas, del soporte papel al soporte digital

Texto leído en la mesa de opinión,  Revistas impresas .vs. Revistas Digitales, celebrado en el marco de la feria del libro en la Ciudad de Matanzas. Sábado 1ero de Marzo de 2014
 
Cuando en 1663 los primeros lectores ojeaban las páginas de la publicación seriada alemana “discusiones mensuales edificantes”, estaba naciendo oficialmente el fenómeno de las revistas. En la Europa de entonces el renacimiento había rescatado al ser humano de su extensa edad oscura, germinaban ya las bases de lo que unas décadas después sería la “era de la revoluciones” y de la que la revolución francesa es su máxima referencia. Surgen entonces la Gaceta italiana del siglo XVII y la publicación de revistas crece en cantidad y diversidad.
Con la llegada de la revolución industrial y el ascenso acelerado al poder del capitalismo, las revistas se convierten en modo idóneo de comunicación. El conocimiento se especializa y con ello los contenidos de estas publicaciones. El ocio y los reportes sobre actualidad se convierten en una fuente de ingresos, las religiones encuentran también en ese formato una manera periódica de extender sus credos. La ideología de los diferentes sectores en pugna que forman el entramado social, descubre en sus páginas una vía de expresión. El siglo XX consolida todos estos aspectos y se convierte en un paraíso revistero. Millones de copias de los más diversos temas circulan por el planeta en modo de publicaciones seriadas, desde las más elitistas hasta la gruesa masa de los folletines del corazón. Para tener una idea basta recordar – como en un país pequeño y luego asediado como el nuestro – entre los años cuarenta y noventa del siglo XX, circularon miles y miles de propuestas.
A finales de esa centuria, convulsa y acelerada, la tecnología redobló su ascenso y casi sin darnos cuenta, impuso poco a poco su obligatoria presencia. Fue precisamente entre los años ochenta y noventa cuando comenzaron a circular las primeras revistas digitales – en la mayoría de los casos, aún fuera de la muy joven internet –principalmente entre personal especializado de las universidades y de otros centros de vanguardia alrededor del mundo. Se distribuían  en soportes magnéticos, disquetes, CD, etc. Y se limitaban – generalmente, aunque existían excepciones– a digitalizar textos previamente publicados en soporte papel.
Las revistas digitales en la red, son un fenómeno de otra era, la de las comunicaciones y la información. La consolidación de Internet ofreció una oportunidad nueva de circulación de ideas y los revisteros de todo el mundo, primero aquellos que tenían dificultades con llevar adelante sus proyectos por problemas presupuestarios o quienes los tenían sencillamente engavetados, aprovecharon la novedosa plataforma, no tardó mucho para que medios de prensa y revistas más reconocidas inaugurasen también su versión electrónica, con muchas variantes de edición; pero con su presencia en la red de redes.
En la actualidad la cifra de revistas digitales que se publica en internet es vasta, su heterogeneidad exhibe dimensiones imposibles de imaginar hasta hace unos pocos años. Muchas de estas revistas –por muy diversas e imaginables razones- no sobrevivirían en el formato impreso, además,  si hipotéticamente hubieran podido imprimirse, ya habríamos agotado todo las posibilidades de producción de papel en nuestro planeta.
Permítanme, para comenzar el obligado momento de las comparaciones que nos impone el tema que hoy debatimos, regresar –una vez más– a este fragmento del artículo “Pensar en Red” de Víctor Fowler, él define certeramente allí el papel que deben jugar las revistas– independientemente de su soporte- en una determinada comunidad, en este caso, la intelectual. Ecribe Fowler:
Una comunidad intelectual necesita, como respirar, de un sistema de publicaciones periódicas: revistas con temas de cultura general y también especializada. Respecto al libro, la revista tiene una velocidad de aparición y rotación que hace de ella tal vez el medio favorito a la hora de reflejar la dinámica cotidiana de una comunidad intelectual; ella es el sitio común de los debates y los descubrimientos, se adelanta a las que serán reconfiguraciones del panorama, introduce valores e inquietudes nuevas, etc. En atención a la lógica de formación, profundización y posterior expansión de un conocimiento, es en las revistas —junto con comunicaciones en congresos, etc.— donde primero surge y es sometida a tanteos una idea, objeto o área de trabajo nueva.
Las revistas impresas y las digitales hoy coexisten. Hay diferencias entre ellas, la principal y más esencial, como es obvio, es el soporte que utilizan para su divulgación. Ahora, ya avanzando en la segunda década del siglo XXI, se añade -en el caso de las revistas digitales- el dinamismo de las variables de la web.2[1] que permiten un amplio nivel de interacción con los lectores, quienes intercambian profusamente a través de las plataformas de las redes sociales los contenidos de múltiples publicaciones existentes en la web.
La accesibilidad es otra de esas diferencias y en esto es necesario clarificar algunos aspectos. No es lo mismo cuando hablamos de accesibilidad global que cuando nos referimos a una circunstancia de accesibilidad particular. La brecha digital –aunque desciende– es un fenómeno innegable. Los países desarrollados tienen, por mucho, mejores posibilidades de acceso que las naciones del tercer mundo; es por esa razón que muchos diarios y revistas en el llamado “primer mundo” han migrado definitivamente a la plataforma digital. El número de usuarios que puede acceder desde internet o desde cualquier dispositivo móvil a sus publicaciones supera enormemente a los usuarios que continuaban pagando sus suscripciones en papel. En África y en algunas regiones de Asia y América Latina la situación es aún diferente.
Por ejemplo, hablemos de dos revistas nuestras, la querida Revista Matanzas, que por fortuna y por el empeño de sus realizadores  ha conseguido sobrevivir a varias épocas y que recorrió el largo camino desde el linotipo[2] a la impresora risográfica  (una tecnología de estos tiempos que cambió los procesos de producción en la realización de los libros y revistas territoriales cubanas) y la Revista Mar Desnudo, también nuestra, inaugurada en el 2007 para la plataforma digital y que apenas acaba de arribar a su edición 43.  Ambas –pese a las múltiples diferencias– tienen políticas editoriales con similitudes y destinan una parte de su espacio –físico o virtual– a la divulgación de la producción espiritual de nuestros contemporáneos matanceros. Ahora bien, ambas no tienen los mismos niveles de accesibilidad. La ciudad letrada yumurina que consume arte y literatura tiene muchas más oportunidades de leer la Revista Matanzas impresa, que las que tienen de acceder a la Revista Mar Desnudo. Sin embargo los lectores externos, cincuenta y seis mil de ellos con más de dos millones de páginas visitadas, tienen mayores posibilidades de acceder a Mar Desnudo. Esa es una peculiaridad dentro de la gran marea universal de la generalidad.
Existen otras diferencias –como yo lo veo– menos importantes que las tres que acabo de mencionar, soporte, dinamismo (interacción con los usuarios, contenido dinámico, interrelación con otros medios) y accesibilidad. Una de estas otras diferencias tiene que ver con los procesos de producción, las revistas “tradicionales” -–y solo las llamo así con el interés de la diferenciación– suelen reunirse físicamente y a menudo con sus miembros (Consejo Editorial) para definir políticas editoriales, contenidos, acertar o rechazar colaboraciones. Este proceso en las revistas digitales suele ser más distendido y aunque existen –como es lógico– los encuentros personales, una gran parte del proceso se realiza a través de las tecnologías digitales de comunicación. En los últimos años, las diferencias en este aspecto son mucho menores,  dada la amplia extensión del correo electrónico y la aceleración de la curva de aprendizaje sobre el uso de las tecnologías presentes. Los equipos de realización de las publicaciones impresas, suelen ser –como regla– mayores que el de las digitales. Las publicaciones impresas utilizan un número mayor de textos inéditos en sus páginas, en ocasiones, estos son reproducidos luego por las electrónicas baja la premisa de “inédito digital”. Y por ese rumbo, otras  diferencias o similitudes que han sido expuestas en diferentes artículos a lo largo de los últimos años, en los que la comunidad intelectual ha venido abordando, cada vez con mayor rigor, estos temas.
Tiendo a pensar –y con ello me aventuro como gurú improbable– en una coexistencia de los diferentes soportes, más marcada mientras sobrevivan las generaciones analógicas[3] e híbridas; una vez que los nativos digitales[4] sean mayoría o sean la totalidad, esa coexistencia podría cambiar drásticamente.
La revista impresa, como el libro, son objetos físicos, similares pero diferentes, en muchos casos coleccionables (que es –lo aseguro– un antónimo vital de almacenables) con los que se puede establecer una relación a nivel emotivo. Si no pregúntense ¿Cuántas veces hemos oído hablar y hemos hablado sobre el olor de lo recién impreso?, ¿Cuántas sensaciones puede causar en los lectores el hecho de tener un nuevo libro, una revista salida de la imprenta, entre las manos?
El papel digital, que no es tal cosa, sino una simulación del mismo, dotado de ese nombre para darle sentido comparativo; los diferentes equipos electrónicos que inundan los mercados con una diversidad increíble y que desde la llegada de las pantallas táctiles pueden sus utilizados con mucha facilidad, hacen que el soporte papel vaya cediendo en su reinado. Ahora bien, las revistas, ya sean de uno u otro tipo, se organizan partiendo de una unidad dentro de la diversidad, es a lo que hemos llamado “criterio editorial”. Esa manera de organizar determinados segmentos de la producción espiritual de nuestra especie (su ideología, arte, ocio, economía, pensamiento científico técnico, cotidianeidad…) tendrá una existencia mucho más longeva de lo que alcanzamos a imaginar.
Las revistas, independientemente de su soporte, van a acompañarnos durante un largo tiempo y cuando no se sigan produciendo, si es que esto sucede alguna vez, quedarán sus vetustas ediciones –digitales o impresas–  como memoria histórica del tipo de civilización que construimos… Aquellos antiguos seres que aún temerosos del tiempo y de la muerte, se sentaban a leer en un parque, una parada de ómnibus, una biblioteca, la última edición recién impresa de la Revista Matanzas.




Por: Abel G. Fagundo





[1] Web 2.0. Fue el término acuñado en medio de una sesión de tormenta de ideas de la empresa norteamericana O'Reilly Media, en colaboración con MediaLive Internacional. El término Web 2.0 se comenzó a utilizar para designar una nueva tendencia sobre la forma de utilizar y concebir la Web. http://www.ecured.cu/index.php/Web_2.0

[2]Linotipia .También conocida como linotipo es una máquina inventada por tomar Mergenthaler que mecaniza el proceso de composición de un texto para ser impreso. http://www.ecured.cu/index.php/Linotipo

[3]Entiendo aquí como “generación analógica” a todos aquellos que nacieron o se formaron intelectualmente antes del reinado digital.


[4]El término nativo digital fue elaborado por Marc Prensky en el 2001 para caracterizar a una nueva generación que surgió con la llegada de las llamadas "nuevas tecnologías"http://congresoedutic.com/profiles/blogs/nativos-digitales