Texto leído en la mesa de opinión, Revistas impresas .vs.
Revistas Digitales, celebrado en el marco de la feria del libro en la
Ciudad de Matanzas. Sábado 1ero de Marzo de 2014
Cuando en 1663 los primeros
lectores ojeaban las páginas de la publicación seriada alemana
“discusiones mensuales edificantes”, estaba naciendo oficialmente el
fenómeno de las revistas. En la Europa de entonces el renacimiento
había rescatado al ser humano de su extensa edad oscura, germinaban ya
las bases de lo que unas décadas después sería la “era de la
revoluciones” y de la que la revolución francesa es su máxima
referencia. Surgen entonces la Gaceta italiana del siglo XVII y la
publicación de revistas crece en cantidad y diversidad.
Con la llegada de la revolución
industrial y el ascenso acelerado al poder del capitalismo, las revistas
se convierten en modo idóneo de comunicación. El conocimiento se
especializa y con ello los contenidos de estas publicaciones. El ocio y
los reportes sobre actualidad se convierten en una fuente de ingresos,
las religiones encuentran también en ese formato una manera periódica de
extender sus credos. La ideología de los diferentes sectores en pugna
que forman el entramado social, descubre en sus páginas una vía de
expresión. El siglo XX consolida todos estos aspectos y se convierte en
un paraíso revistero. Millones de copias de los más diversos temas
circulan por el planeta en modo de publicaciones seriadas, desde las más
elitistas hasta la gruesa masa de los folletines del corazón. Para
tener una idea basta recordar – como en un país pequeño y luego asediado
como el nuestro – entre los años cuarenta y noventa del siglo XX,
circularon miles y miles de propuestas.
A finales de esa centuria,
convulsa y acelerada, la tecnología redobló su ascenso y casi sin darnos
cuenta, impuso poco a poco su obligatoria presencia. Fue precisamente
entre los años ochenta y noventa cuando comenzaron a circular las
primeras revistas digitales – en la mayoría de los casos, aún fuera de
la muy joven internet –principalmente entre personal especializado de
las universidades y de otros centros de vanguardia alrededor del mundo.
Se distribuían en soportes magnéticos, disquetes, CD, etc. Y se
limitaban – generalmente, aunque existían excepciones– a digitalizar
textos previamente publicados en soporte papel.
Las revistas digitales en la red,
son un fenómeno de otra era, la de las comunicaciones y la información.
La consolidación de Internet ofreció una oportunidad nueva de
circulación de ideas y los revisteros de todo el mundo, primero aquellos
que tenían dificultades con llevar adelante sus proyectos por problemas
presupuestarios o quienes los tenían sencillamente engavetados,
aprovecharon la novedosa plataforma, no tardó mucho para que medios de
prensa y revistas más reconocidas inaugurasen también su versión
electrónica, con muchas variantes de edición; pero con su presencia en
la red de redes.
En la actualidad la cifra de
revistas digitales que se publica en internet es vasta, su
heterogeneidad exhibe dimensiones imposibles de imaginar hasta hace unos
pocos años. Muchas de estas revistas –por muy diversas e imaginables
razones- no sobrevivirían en el formato impreso, además, si
hipotéticamente hubieran podido imprimirse, ya habríamos agotado todo
las posibilidades de producción de papel en nuestro planeta.
Permítanme, para comenzar el
obligado momento de las comparaciones que nos impone el tema que hoy
debatimos, regresar –una vez más– a este fragmento del artículo “Pensar
en Red” de Víctor Fowler, él define certeramente allí el papel que deben
jugar las revistas– independientemente de su soporte- en una
determinada comunidad, en este caso, la intelectual. Ecribe Fowler:
Una comunidad intelectual
necesita, como respirar, de un sistema de publicaciones periódicas:
revistas con temas de cultura general y también especializada. Respecto
al libro, la revista tiene una velocidad de aparición y rotación que
hace de ella tal vez el medio favorito a la hora de reflejar la dinámica
cotidiana de una comunidad intelectual; ella es el sitio común de los
debates y los descubrimientos, se adelanta a las que serán
reconfiguraciones del panorama, introduce valores e inquietudes nuevas,
etc. En atención a la lógica de formación, profundización y posterior
expansión de un conocimiento, es en las revistas —junto con
comunicaciones en congresos, etc.— donde primero surge y es sometida a
tanteos una idea, objeto o área de trabajo nueva.
Las revistas impresas y las
digitales hoy coexisten. Hay diferencias entre ellas, la principal y más
esencial, como es obvio, es el soporte que utilizan para su
divulgación. Ahora, ya avanzando en la segunda década del siglo XXI, se
añade -en el caso de las revistas digitales- el dinamismo de las
variables de la web.2[1]
que permiten un amplio nivel de interacción con los lectores, quienes
intercambian profusamente a través de las plataformas de las redes
sociales los contenidos de múltiples publicaciones existentes en la web.
La accesibilidad es otra de esas
diferencias y en esto es necesario clarificar algunos aspectos. No es lo
mismo cuando hablamos de accesibilidad global que cuando nos referimos a
una circunstancia de accesibilidad particular. La brecha digital
–aunque desciende– es un fenómeno innegable. Los países desarrollados
tienen, por mucho, mejores posibilidades de acceso que las naciones del
tercer mundo; es por esa razón que muchos diarios y revistas en el
llamado “primer mundo” han migrado definitivamente a la plataforma
digital. El número de usuarios que puede acceder desde internet o desde
cualquier dispositivo móvil a sus publicaciones supera enormemente a los
usuarios que continuaban pagando sus suscripciones en papel. En África y
en algunas regiones de Asia y América Latina la situación es aún
diferente.
Por ejemplo, hablemos de dos
revistas nuestras, la querida Revista Matanzas, que por fortuna y por el
empeño de sus realizadores ha conseguido sobrevivir a varias épocas y
que recorrió el largo camino desde el linotipo[2]
a la impresora risográfica (una tecnología de estos tiempos que cambió
los procesos de producción en la realización de los libros y revistas
territoriales cubanas) y la Revista Mar Desnudo,
también nuestra, inaugurada en el 2007 para la plataforma digital y que
apenas acaba de arribar a su edición 43. Ambas –pese a las múltiples
diferencias– tienen políticas editoriales con similitudes y destinan una
parte de su espacio –físico o virtual– a la divulgación de la
producción espiritual de nuestros contemporáneos matanceros. Ahora bien,
ambas no tienen los mismos niveles de accesibilidad. La ciudad letrada
yumurina que consume arte y literatura tiene muchas más oportunidades de
leer la Revista Matanzas impresa, que las que tienen de acceder a la
Revista Mar Desnudo. Sin embargo los lectores externos, cincuenta y seis
mil de ellos con más de dos millones de páginas visitadas, tienen
mayores posibilidades de acceder a Mar Desnudo. Esa es una peculiaridad
dentro de la gran marea universal de la generalidad.
Existen otras diferencias –como yo
lo veo– menos importantes que las tres que acabo de mencionar, soporte,
dinamismo (interacción con los usuarios, contenido dinámico,
interrelación con otros medios) y accesibilidad. Una de estas otras
diferencias tiene que ver con los procesos de producción, las revistas
“tradicionales” -–y solo las llamo así con el interés de la
diferenciación– suelen reunirse físicamente y a menudo con sus miembros
(Consejo Editorial) para definir políticas editoriales, contenidos,
acertar o rechazar colaboraciones. Este proceso en las revistas
digitales suele ser más distendido y aunque existen –como es lógico– los
encuentros personales, una gran parte del proceso se realiza a través
de las tecnologías digitales de comunicación. En los últimos años, las
diferencias en este aspecto son mucho menores, dada la amplia extensión
del correo electrónico y la aceleración de la curva de aprendizaje
sobre el uso de las tecnologías presentes. Los equipos de realización de
las publicaciones impresas, suelen ser –como regla– mayores que el de
las digitales. Las publicaciones impresas utilizan un número mayor de
textos inéditos en sus páginas, en ocasiones, estos son reproducidos
luego por las electrónicas baja la premisa de “inédito digital”. Y por
ese rumbo, otras diferencias o similitudes que han sido expuestas en
diferentes artículos a lo largo de los últimos años, en los que la
comunidad intelectual ha venido abordando, cada vez con mayor rigor,
estos temas.
Tiendo a pensar –y con ello me
aventuro como gurú improbable– en una coexistencia de los diferentes
soportes, más marcada mientras sobrevivan las generaciones analógicas[3] e híbridas; una vez que los nativos digitales[4] sean mayoría o sean la totalidad, esa coexistencia podría cambiar drásticamente.
La revista impresa, como el libro,
son objetos físicos, similares pero diferentes, en muchos casos
coleccionables (que es –lo aseguro– un antónimo vital de almacenables)
con los que se puede establecer una relación a nivel emotivo. Si no
pregúntense ¿Cuántas veces hemos oído hablar y hemos hablado sobre el
olor de lo recién impreso?, ¿Cuántas sensaciones puede causar en los
lectores el hecho de tener un nuevo libro, una revista salida de la
imprenta, entre las manos?
El papel digital, que no es tal
cosa, sino una simulación del mismo, dotado de ese nombre para darle
sentido comparativo; los diferentes equipos electrónicos que inundan los
mercados con una diversidad increíble y que desde la llegada de las
pantallas táctiles pueden sus utilizados con mucha facilidad, hacen que
el soporte papel vaya cediendo en su reinado. Ahora bien, las revistas,
ya sean de uno u otro tipo, se organizan partiendo de una unidad dentro
de la diversidad, es a lo que hemos llamado “criterio editorial”. Esa
manera de organizar determinados segmentos de la producción espiritual
de nuestra especie (su ideología, arte, ocio, economía, pensamiento
científico técnico, cotidianeidad…) tendrá una existencia mucho más
longeva de lo que alcanzamos a imaginar.
Las revistas, independientemente
de su soporte, van a acompañarnos durante un largo tiempo y cuando no se
sigan produciendo, si es que esto sucede alguna vez, quedarán sus
vetustas ediciones –digitales o impresas– como memoria histórica del
tipo de civilización que construimos… Aquellos antiguos seres que aún
temerosos del tiempo y de la muerte, se sentaban a leer en un parque,
una parada de ómnibus, una biblioteca, la última edición recién impresa
de la Revista Matanzas.
Por: Abel G. Fagundo
[1] Web 2.0.
Fue el término acuñado en medio de una sesión de tormenta de ideas de
la empresa norteamericana O'Reilly Media, en colaboración con MediaLive
Internacional. El término Web 2.0 se comenzó a utilizar para designar
una nueva tendencia sobre la forma de utilizar y concebir la Web. http://www.ecured.cu/index.php/Web_2.0
[2]Linotipia .También
conocida como linotipo es una máquina inventada por tomar Mergenthaler
que mecaniza el proceso de composición de un texto para ser impreso. http://www.ecured.cu/index.php/Linotipo
[3]Entiendo
aquí como “generación analógica” a todos aquellos que nacieron o se
formaron intelectualmente antes del reinado digital.
[4]El
término nativo digital fue elaborado por Marc Prensky en el 2001 para
caracterizar a una nueva generación que surgió con la llegada de las
llamadas "nuevas tecnologías"http://congresoedutic.com/profiles/blogs/nativos-digitales
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